
Alguien dijo alguna vez que la ropa sirve para comunicarnos incluso con aquellos a los que ni siquiera nos apetece darles los buenos días. O algo así.
El caso es que si hay una manera inmediata de establecer vínculos o límites en nuestro entorno social colindante, de expresar el propio carácter y de dar pistas sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde es posible que nos dirijamos; esa es –inequívocamente- la ropa con la que cubrimos nuestros cuerpos. Y la manera que tenemos de llevarla, obviamente.
Todo esto parece pasmosamente inapelable; a menos, claro está, que sea Ud. un eremita que vive en un monte, rodeado únicamente de mamíferos que berrean y mastican hierbajos, sin atisbo de actividad humana a millas a la redonda. En este caso estos renglones no van con Ud.
O quizás sí.
Porque el sentimiento de pulcritud, dignidad y elevación que transmite una atinada combinación de ropajes empieza –a menudo- por uno/a mismo/a. Y si no se lo creen, experimenten: Pónganse esa camisa chula por la mañana, y antes de que les vea el primer transeúnte (ya sea bípedo o cuadrúpedo) que se les cruce, Uds. ya habrán traspasado el umbral de sus hogares (o cuchitriles, o cavernas) con una self confidence a prueba de mortero.
Calcen esos zapatos italianos, adornen su cuello con esa corbata o ese foulard de seda, dejen que ese pullover de cachemira acaricie su piel. Y, sobre todo, no olviden conjuntarlo todo; buscar equilibrio y belleza. A partir de ahí, ya lo verán, la calle –o lo que sea que Uds. transiten- será suya.
Y de eso va El Ganso.
Un planteamiento muy, pero que muy similar, es el que parece estar al origen –fechado en Madrid, en el 2004- de El Ganso: Hacer ropa para salir de casa a por todas, combinando la elegante sobriedad de cuando Street Style se escribía con mayúsculas, con singulares coloridos y filigranas que hacen que sus prendas se parezcan en poco o en nada a lo que –lamentablemente- se suele ver por ahí.
Chaquetas, americanas, polos, camisas, calzado, complementos; v-necks, brogues, sneakers, peak hats, para él y para ella. Harapos bonitos que huyen de la ordinariez como de la peste bubónica, y le encumbran a una/o en el Mitikas de la coolness callejera menos obvia.
El caso es que si hay una manera inmediata de establecer vínculos o límites en nuestro entorno social colindante, de expresar el propio carácter y de dar pistas sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde es posible que nos dirijamos; esa es –inequívocamente- la ropa con la que cubrimos nuestros cuerpos. Y la manera que tenemos de llevarla, obviamente.
Todo esto parece pasmosamente inapelable; a menos, claro está, que sea Ud. un eremita que vive en un monte, rodeado únicamente de mamíferos que berrean y mastican hierbajos, sin atisbo de actividad humana a millas a la redonda. En este caso estos renglones no van con Ud.
O quizás sí.
Porque el sentimiento de pulcritud, dignidad y elevación que transmite una atinada combinación de ropajes empieza –a menudo- por uno/a mismo/a. Y si no se lo creen, experimenten: Pónganse esa camisa chula por la mañana, y antes de que les vea el primer transeúnte (ya sea bípedo o cuadrúpedo) que se les cruce, Uds. ya habrán traspasado el umbral de sus hogares (o cuchitriles, o cavernas) con una self confidence a prueba de mortero.
Calcen esos zapatos italianos, adornen su cuello con esa corbata o ese foulard de seda, dejen que ese pullover de cachemira acaricie su piel. Y, sobre todo, no olviden conjuntarlo todo; buscar equilibrio y belleza. A partir de ahí, ya lo verán, la calle –o lo que sea que Uds. transiten- será suya.
Y de eso va El Ganso.
Un planteamiento muy, pero que muy similar, es el que parece estar al origen –fechado en Madrid, en el 2004- de El Ganso: Hacer ropa para salir de casa a por todas, combinando la elegante sobriedad de cuando Street Style se escribía con mayúsculas, con singulares coloridos y filigranas que hacen que sus prendas se parezcan en poco o en nada a lo que –lamentablemente- se suele ver por ahí.
Chaquetas, americanas, polos, camisas, calzado, complementos; v-necks, brogues, sneakers, peak hats, para él y para ella. Harapos bonitos que huyen de la ordinariez como de la peste bubónica, y le encumbran a una/o en el Mitikas de la coolness callejera menos obvia.
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